jueves, 30 de enero de 2014

"Gracias a la música las pasiones pueden gozar de sí mismas" Nietzsche

Maestros de la sospecha


Un profesor de palabras

Yo fui un profesor de palabras,
robándolas de acá y de allá
se las ofrecía a los alumnos y mendigaba las suyas,
palabras que
muchas veces
despreciaban, porque
ellos vivían en la ilusión de poder cerrar los oídos
vivián la ilusión de tener las suyas propias
sin saber que toda palabra oída
deja su eco en el alma
y después
se marcha traidora e infiel
a otra boca
A veces querían hablar sin escuchar
y entonces,
cuando les pedía su grito más propio
huían aterrados de ser humanos
o me traían las palabras de su abuelo
las palabras de la televisión.
¡Tantas veces me pedían definiciones
para matar a las palabras
y acabar con tanto sufrimiento!
y otras veces
cuando me daban su mejor poesía
yo les traicionaba
y les contestaba con un número
un cuatro, un siete, un ocho
Y jugábamos ingenuos con las palabras,
y había palabras embaucadoras
que nos hacían decir lo que no queríamos,
corrían palabras por el aula
sin saber lo que estábamos diciendo
y, lo que queríamos decir,
no sabíamos cómo decirlo.
Y una frase imprevista,
una frase que abandonó nuestra boca
como si no fuera nuestra
nos dejaba desnudos
en medio de todos,
y de repente,
descubríamos
la verdad,
que eran las palabras
las que jugaban con nosotros.
Y quizá yo, el profesor
viejo
como todos los profesores
mi trabajo, sí,
mi trabajo es ser viejo,
yo el más engañado
me siento flaquear
fatigado de dar
todo mi aliento
a un espejismo.
Sólo los pequeños secretos me sostienen,
alguna vez las palabras me dicen sus secretos,
solo alguna vez, después
después de mucho tiempo,
un alumno que dejó de serlo
y por fin se dirige a un profesor
ya sin nombre, sin curso, sin números,
ya una voz desnuda
se acerca y recuerda un título
una frase,
que algún día alguien dijo
perdida, sin sentido
una palabra que produjo un eco de piedra
y ,orgulloso, la trae viva,
y la recita musical en su boca
y entonces,
la palabra me grita,
me grita lo que gritan todas las palabras,
lo que siempre dicen con lo que quiera que digan
y la palabra, a veces sincera, me pide:
¡dame
un minuto más de vida!
Y otras, tan orgullosa, exclama:
¡espera!
¡espérame, amor, cien años!